viernes, 13 de marzo de 2009

ANXO


Esther y Antón, poco después de su boda, se habían quedado en paro. Trabajaban ambos en aquella gran fábrica de automóviles que iniciaba el proceso de crisis en el que ahora estamos sumidos.
Desde entonces, lo primero que hacían diariamente, era buscar trabajo pateando calles y en toda la prensa que caía en sus manos. Un día, por esas cosas que tiene el azar, en uno de esos diarios gratuitos que ahora se reparten en las ciudades, encontraron un anuncio de un pequeño Ayuntamiento situado entre montañas, que solicitaba gente joven para repoblar el pueblo y trabajar el abandonado agro. A cambio ofrecían casas deshabitadas, con asequibles alquileres y opciones de compra, así como convenios con la Caja de Ahorros de la provincia, para facilitar préstamos a las personas interesadas, a largo plazo y fáciles de pagar.
Ambos procedían de pueblos pequeños, así que no les costó mucho esfuerzo tomar la decisión de regresar al silencio y al trabajo duro de la vida en el campo.
No les había pesado, tenían una pequeña casita que mejoraban poco a poco y trabajaban la tierra viviendo de su producto. Cuatro gallinas les proporcionaban huevos para su propio consumo y alimentaban un pequeño cerdo que, llegado el momento matarían como siempre se había hecho y les proporcionaría alimento para bastante tiempo. En mente tenían ya, aumentar el corral y vender huevos.
Es cierto que estaban inmersos, casi exclusivamente, en una economía de supervivencia, pero al menos tenían trabajo, no pasaban hambre y tímidamente comenzaban a vender lo que cultivaban. Estaban contentos y más cuando nació su pequeño, un precioso y regordete rapaz al que habían llamado Anxo, porque así era como lo veían y sentían, como a un ángel.
El trabajo era duro y más ahora que Esther se veía un poco limitada por el niño, pero por las noches en casa, cansados y juntos, sonreían con las manos unidas y mirando aquel cielo que casi no recordaban desde la infancia. Paz, silencio y esfuerzo iban de la mano, junto con la solidaridad que estaba naciendo entre los nuevos y viejos vecinos.
El Ayuntamiento, al ver que la iniciativa daba resultado, y previendo que podían aumentar más la población, intentaba por todos los medios a su alcance, mejorar la vida de todos y, lentamente, se iban produciendo mejoras en el pueblo, e incluso, introduciendo algún adelanto.
Los niños, pocos de momento, asistían a un colegio integrado, en el Partido Judicial al que pertenecían, que no estaba excesivamente lejos. Habían logrado que el Gobierno los tomara en consideración y les proporcionara un pequeño autobús que recogía a los niños por la mañana y los devolvía a las 4 de la tarde, después de comer. Con tiempo para que los mayorcitos, todavía pudieran echar una mano en alguna faena.
A esa escuela iría Anxo, cuando llegara el momento.

La mañana que nos ocupa, después del desayuno y de que Antón se fuera a sus labores, Esther como todos los días, se sentó al lado de la rústica cuna. Amaba ese leve momento de paz en el que sólo estaban ella y su hijo. Tenía el niño ya 18 meses y ella una creciente preocupación, todavía no compartida con su marido. Sospechaba que algo no iba bien, o que el niño no era como los demás.
Anxo, que ya había comenzado a decir: papá, mamá, agua, pan, nene... había sido sin embargo, remiso a las caricias y al contacto de cualquiera que no fueran ellos dos. Pensaban que era huraño, pero es que, ahora, desde hacía una semana, el niño esquivaba sus miradas y caricias más que nunca, y no le había vuelto a oír ni una palabra, ni siquiera para pedir el pan que tanto disfrutaba.
Además, de vez en cuando, tenía unos extraños y extemporáneos ataques de furia y llanto que les costaba aplacar.
Le despertó para darle su primera comida, arreglarlo y llevarlo al médico. Anxo se parecía a su padre, tenía unos profundos ojos negros y un pelo muy rubio, pero esos ojos, que habían sido bastante esquivos siempre, hoy la evitaban.
Cuando Manuel, el joven Dr. Ramos, después de comprobar, como otras veces con grandes dificultades por el berrinche que acompañaba cada visita, que el desarrollo físico del niño era perfecto, se lo quedó mirando intensamente, al tiempo que pedía a Esther que intentara calmarlo y le hacía muchas preguntas sobre cosas muy concretas, para terminar con la recomendación de que debían de llevarlo a la ciudad para un diagnóstico más preciso. Él creía que podía padecer autismo. Le explicó someramente de qué se trataba y le dijo que cuando tomaran la decisión de hacer el viaje, hablaran con él.
De regreso, Esther iba pensando en qué sería eso del autismo que no conocía y del que no había oído hablar nunca. Por qué, se decía, no le dan una medicina como cuando tiene anginas. No podía ser nada grave, su hijo era normal y muy guapo, no tenía facciones de retrasado.
Luego, en casa con Antón, continuaron las preguntas y decidieron que tendrían paciencia que el médico tenía que estar equivocado, no había más que mirar al niño para darse cuenta de lo precioso que era y de lo bien que se desarrollaba.
Sin embargo pasado un mes, aquellos jóvenes padres comenzaban a estar desesperados; no podían salir fuera con el niño, ya que, cualquier cambio que se producía a su alrededor, cualquier sonido inesperado o extemporáneo, hacían que Anxo estallara en una especie de berrinche incontrolable y era muy difícil calmarlo. Y no había vuelto a decir ni una palabra. Lo encontraban sentado, mirando a la pared, con la vista perdida y meciéndose interminablemente.
Así que, volvieron a la consulta de Manuel, quien los remitió a la capital de la provincia al Hospital General, al que él personalmente, llamó para pedir cita y recomendarlo a un Neurólogo amigo. Lo sometieron a unas largas pruebas con el diagnóstico final que les había adelantado su médico: Anxo tenía Síndrome Autista.
A pesar de toda la información que les facilitaron, regresaron a su casa y a la consulta de Manuel desesperados; ellos no podían ahora regresar a la ciudad, no ahora que estaban comenzando una nueva y difícil vida. Además, ¿qué futuro tendría Anxo si los padres no tenían trabajo?.

Tanto el médico como su mujer Rosa, habían respondido a la misma llamada del Ayuntamiento que nuestros amigos y eran, por tanto, nuevos en el pueblo. Formaban una joven y activa pareja, interesada en que la comunidad funcionara, porque ambos eran amantes de la vida sencilla fuera de las grandes ciudades. Como no tenían hijos ella, que era Psicóloga Infantil, había estado presionando al Consistorio para que le permitiera montar un consultorio, en el que, de momento de forma gratuita, pretendía atender y ayudar a los niños que presentasen problemas. Tan sólo solicitaba que le cedieran algún local de los muchos que todavía quedaban vacíos.
Ahora, impulsada por la preocupación y necesidades de Esther y Antón, con la ayuda de Manuel su marido (que ya gozaba de cierto prestigio en el pueblo ganado con el esfuerzo, interés, trabajo y aciertos), volvió a hablar con el Alcalde para contarle el caso y repetir la solicitud. No necesitaban mucho de momento: un par de habitaciones, un buen servicio y un ordenador con conexión a internet. Del mobiliario y elementos imprescindibles, se ocuparían ellos, con la ayuda de sus vecinos.
Como la alcaldía estaba contenta, pues sus puestos ya no peligraban porque habían recuperado población, corrían algunos niños por las calles y se veían gentes de nuevo en la plaza, el alcalde no necesitó demasiada presión. Sería además, un éxito y un prestigio para el pueblo. No era normal que en un lugar tan pequeño, funcionara una consulta de esas características.

Al mes siguiente Rosa, quien había estado haciendo averiguaciones, se había puesto a estudiar como una loca y había realizado algunos contactos, estaba al frente de un pequeño y sencillo local. Su primera dedicación sería para Anxo, aunque ya se habían puesto en contacto con ella un par de padres más, por ligeros problemas de sus hijos.
También había enseñado a Esther el manejo del ordenador y, aunque con dificultad, ésta ya sabía moverse despacio por internet. Al mismo tiempo, la Psicóloga la había animado para que le echara una mano. A pesar de que continuaba creyendo que todo el mundo se equivocaba con su hijo, a veces dudaba y se planteaba si efectivamente, los demás tendrían razón.
Así que la madre, acudía puntualmente cada día. Luego, ayudaba un par de horas a Rosa, tratando de observar, aplicarse y absorber todo lo que le explicaba. Mientras esperaba, participaba en las terapias o trabajaba en el manejo del ordenador e intentaba entender lo que la Psicóloga le señalaba. Si tenía dudas iba tomando notas, que luego Rosa, con una dedicación encomiable, le aclaraba.
Un día en casa, se dio cuenta de que, inconscientemente, ponía en práctica al jugar con el niño, algunos métodos utilizados por Rosa. Poco a poco, un sexto sentido pareció indicarle que, alguna de las técnicas que empleaba la Psicóloga, parecían surtir efectos. Tan es así, que comenzó a interesarse y a hablar con Antón de qué y cómo trabajaban, tanto para calmarle como para intentar establecer contacto con Anxo. Y le hizo demostraciones, animándole a que él también lo pusiera en práctica en los momentos que pudiera.
A medida que participaba en el proceso, Esther fue comprobando que todo le resultaba ligeramente más fácil con el niño, incluso para calmar sus rabietas. Se diría, pensaba ella, que su paciencia también se había reforzado. El interés crecía doblemente, al constatar que todo aquello, abría su mente a nuevos e interesantes horizontes.

Hoy, al llegar a la consulta, Rosa tenía una sorpresa. Mira lo que he encontrado – le dijo -, creo que es muy interesante para mí, para contrastar prácticas y métodos, pero pienso que tú también deberías echarle un vistazo, te gustará; es otra madre la que habla. Te lo dejo abierto, no te preocupes hoy de Anxo, quédate y lee.
La Psicóloga sonreía, mientras pasaba con el niño, a la pequeña habitación en la que llevaba a cabo la terapia.
Su admirada y querida Rosa (¡cómo no iba a quererla!, tal como se portaba con Anxo y el esfuerzo y dedicación que demostraba), le había dejado en pantalla una página abierta que se llamaba “El sonido de la hierba al crecer”. Esther, se sentó. Había un relato corto precisamente con ese título y, mientras sus ojos recorrían las líneas del mismo, no podía evitar que unas estúpidas y emocionadas lágrimas mojaran sus mejillas. A duras penas intentaba reprimir los latidos de su corazón, mientras, torpemente, deseaba frenar o disimular aquellas humedades con temblorosas manos. Pero, al mismo tiempo, una tímida sonrisa de esperanza y gratitud, comenzaba a dibujar su rostro.
Se tomó su tiempo para saber qué era todo aquello: avanzó y retrocedió, leyó y lo hizo de nuevo y, al fin se convenció de que no estaba sola, que había otras personas dedicadas a niños como Anxo; es más, había madres que ayudaban a las nuevas madres. Delante de ella tenía una hermosa prueba. Rosa iba por buen camino, no era la única que empleaba esas técnicas y ¡ojalá! Anxo llegara a evolucionar como aquel hermoso niño de maravillosos ojos de color azul.
Imprimió el relato que le leería a Antón por la noche y, cada día, con la ayuda de Rosa, intentaría poner en practica lo que aquella madre desde Alemania explicaba y, quizá algún día, se atreviera a dejarle un agradecido comentario o unas palabras de aliento y, después de pasar por el tamiz de su corazón y experiencia, todo lo que estaba aprendiendo.


Nota. Este pequeño y quizá torpe relato, fue hecho con todo mi cariño y admiración para Anabel, la enorme mamá de un precioso niño que se llama Erik y con el fin de colaborar en otra edición especial sobre el autismo, de la revista "En Sentido Figurado".

Imagen: Una de nuestas camelias blancas.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Anabel animo¡, mientras haya madres-leonas estos niños no estarán nunca solos y mientras haya gente como Ana tampoco...
Besos a las dos y sobretodo a Erik..

besos, besos, besos....

Froiliuba dijo...

Me ha costado leer el texto, ya sbes que cualquier texto de este estilo me cuesta mucho esfuerzo leerlo, or lo que conlleva, or las verdades ante los ojos, por eso quizás, por cobardía nunca fuí capaz de leer estos textos, ni tampoco los de Anabel y sé que su blog es maravilloso, pero tengo firme propósito de hacerlo, cueste lo que cueste, aunque sean lágrimas.

Precioso texto Ana, tratas el tema con tanta delicadeza como sólo una madre con alguien especial en su vida podría.
Gracias

Gara dijo...

No estoy segura de que vayas a leer este comentario pero necesitaba escribirlo.
Acabo de leer el relato en el suplemento "Estamos con el Autismo" y me he emocionado muchísimo, conforme leía las lágrimas iban rozando mis mejillas.
Precioso. Me encantaría poder ser algún día como Rosa.