viernes, 10 de octubre de 2008

EL REGRESO

Moncho estaba preparando los aperos y enganchando el arado a las dos viejas vacas de raza rubia que, a pesar de la edad, seguían prestando toda su mansedumbre y fuerza. Se disponía a arar el pequeño campo pegado a la casa para sembrar patatas.

Era muy temprano y el precioso día de mediados de Marzo presagiaba buen trabajo. El tímido sol aún no calentaba pero los árboles y plantas aparecían adornados con sus primeros, húmedos y brillantes brotes, especialmente algunos frutales que ya lucían los colores de los que brotarían unas futuras frutas. El aire estaba limpio y sereno.
De pronto, algo le impulsó a levantar la vista de la tarea para descubrir en la lejanía a un hombre que se iba acercando en dirección a la casa. Aunque su figura y porte le resultaban familiares, no recordaba haberlo visto antes. Era un hombre no muy mayor, extremadamente delgado y de andares pausados y cansinos, como si aparte de la caminata, terminara un arduo trabajo.
Como el camino entre aquellos robles sólo desembocaba en su casa, levantó la boina y con el antebrazo se secó el incipiente sudor mientras, a voces, llamaba a su madre, al tiempo que pensaba, con la curiosidad típica de sus 13 años, que de quién se trataría..
Uxía salió de la casa secándose las manos y advirtiéndole que no diera voces, que no hacía falta porque se oía en toda el lugar.
Cuando Moncho le señaló el camino y ella fijó su vista en la figura que se acercaba, palidecío al tiempo que, para un observador ajeno, pareciera que su respiración se paralizaba. Pero, de pronto, se llevó las manos a la cara y un gritó salió de su garganta: ¡Ramón! Y echó a correr hacia el camino, mientras su hijo asombrado, miraba.

Después de la primera impresión plagada de incredulidad y lamentos por ambas partes, hubo besos, abrazos emocionados, llantos y preguntas. Muchas preguntas que ahora Ramón, un poco recuperado de la emoción y después de tomar una rebanada del oloroso pan amasado en casa, con un tazón de leche recién ordeñada, se disponía a aclarar, una vez que Moncho regresara de atender los abandonados animales y poner a buen recaudo los aperos que iba a utilizar; las patatas tendrían que esperar.
Estaban sentados al lado del lar sobre el que ardían unos leños porque, en las noches, todavía se hacía sentir el frío. Aunque tenían ya una pequeña cocina de hierro, a Uxía le gustaba encender la vieja “lareira” porque el olor que despedía la leña al quemarse, decía que le acompañaba.

Así empezó el relato Ramón, después de confirmar que su madre, cuya casa habitaban, había fallecido inexplicablemente al día siguiente de desaparecer él, todos pensaron que de pena. Cuando hace 13 años volvía aquel día a casa atravesando el bosque, la noche era muy oscura pues el cielo estaba cubierto y no había luna ni se veían estrellas. Después de haber oído a los padres tantas historias sobre la Compaña, andaba inquieto y preocupado pendiente de cualquier sonido que pudiera escuchar. Al dar un salto para salvar un pequeño terraplén hacia el camino, con objeto de acortar trecho, me encontré algo que no esperaba ni hubiese querido ver en toda mi vida. Justo como a 20 m., dando una curva, asomaba una procesión de unas 10 figuras encapuchadas y todas vestidas de blanco, de tal manera que, a pesar de la oscuridad de la noche, con los cirios que portaban, se veían perfectamente. Me dí cuenta entonces que me había retrasado mucho en la aldea y que ya eran las 12. Intenté esconderme subiendo de nuevo el terraplén, pero pisé algún palo y el estallido hizo que la procesión se parara y la persona que iba delante portando una cruz, se adelantó y me la entregó. Nada que hacer. No tenía voluntad propia, no podía pensar en mí, ni en ti que ya ibas a parir. El anterior portador se fue monte a través y yo me vi arrastrado, sin poder evitarlo ni pensarlo, a encabezar aquella procesión, con la voluntad totalmente sometida.



Y, no sé cómo, pero supe al instante que sería así hasta el momento en que nos tropezáramos con otra persona viva, como había pasado conmigo.
De lo que sucedió en este tiempo poca razón puedo dar. Me veo siempre a la cabeza de una procesión de fantasmas que nunca hablan y que varían en número, recorriendo bosques y fragas, siempre de noche y siempre para llevando y anunciando la muerte de alguien.
No necesito preguntar ni que me cuentes, sé uno a uno todos los vecinos que han fallecido.
Y, lo lamento, pero te enterarás de que María la costurera, ha desaparecido, pues ella es quien ha tomado mi relevo.
¿Qué demonios hacía a esas horas por el bosque?.


Imagen: Fraga de Cecebre - Foto Blanco.




2 comentarios:

Caminante dijo...

Qué te puedo decir... me ha encantado el texto, sabes que le tengo especial querencia a Cecebre, a su Fraga, y también sabes que pronto, muy pronto, voy a volver a pasear entre sus árboles.

Sonia Antonella dijo...

Hermoso texto...pude sentir cada una de tus descripciones de aquellos àrboles...es que no sè que màs decirte,pues pasearme por tu blog es toda una delicia.


besitos
Sonia