martes, 2 de septiembre de 2008

TODAVÍA NO...

Había retomado, no hacía mucho tiempo y como terapia, aquella antigua costumbre y estaba, como muchas otras veces, con la página en blanco delante, apreciando los márgenes establecidos por defecto, el tipo de letra y sin funcionaba o no el extraño corrector ortográfico. Miraba el papel, que no era tal, y evocaba su imagen en aquellas ya lejanas noches de soledad e insomnio. Aquellas antiguas noches de su juventud, con un bloc, casi siempre de color verde, con anillas y un bolígrafo o un lápiz en sus manos. Recordaba todo aquello pensando en que, ahora como antes y posiblemente como después, las palabras que volcaba y que seguramente no significarían nada para nadie, siempre la habían curado.

De pronto sus dedos, no deformados todavía por la artrosis, comenzaban a moverse con alacridad, posiblemente para pergeñar un relato corto o unos deslavazados pensamientos que no eran más que un reflejo de sí misma. Comenzaba el tratamiento para su lastimado y cansado espíritu.

De todas formas sabía que no era necesario inventar. Conocía suficientemente sus dedos y la imagen blanca para darse cuenta de que, sin proponérselo, sin poner excesivo empeño, sin que la voluntad apenas interviniese, iría llenando espacios, diciendo cosas y hablando. De tal manera que: primero, esa imagen no siempre agradable que tenía de sí misma, se modificaría terminando por aceptarse e incluso gustarse; segundo, cuando releyera lo derramado, pensaría que, aparte de su vida o un relato que la reflejara, podía ser la de cualquier otro u otra.

Levantó su cana cabeza de ojos miopes y profundas ojeras, para echar un vistazo por la cerrada puertaventana del balcón. Fuera no se veía a nadie. Era lógico. Vivía en un pueblo pequeño y aunque el estío estaba finalizando y comenzaban las gentes a regresar de sus veraneos, estaba una tarde muy desapacible y posiblemente en cada casa estarían ocupados con la vuelta a la escuela de los pequeños y los proyectos de cara al invierno: compra de leña, repasar mantas, airear colchones para la larga temporada, comprobar que los impermeables, gabardinas y zapatos fuertes estaban en buenas condiciones, probar la calefacción pues el frío llegaba pronto... Todavía recordaba esos preparativos cuando ella era la protagonista, la que ordenaba, revisaba y proponía modificaciones o adquisiciones nuevas, si era necesario.
...

Su marido se había quedado adormilado a su lado y ella iba conduciendo nerviosa. Había bastante tráfico ya que, como siempre, todos se ponían de acuerdo para exprimir los últimos momentos, el último rayo de sol y hasta la tranquilidad y comodidad de no tener que llevar ropas que encorsetaban e incomodaban. Además, a los niños costaba mucho trabajo alejarlos de la libertad que les había deparado el mes en el pequeño apartamento de la playa.

La carretera tenía muchas curvas y a pesar de que sus hijos, detrás y bien sujetos, se estaban portando razonablemente bien, estaba desazonada e irritable. Se le pasó por la imaginación el artículo del periódico del día anterior: “El estrés del retorno” y, por lo menos, su recuerdo la hizo sonreír.

No solía correr demasiado, aunque conocían muy bien aquella carretera y sabían exactamente en qué lugares debía estar más alerta, bien por el trazado o el propio tráfico.

Llegaba ahora aquel cruce fatídico y, por lo tanto, se tomó las cosas con calma todos sus músculos preparados y la atención puesta exclusivamente en lo que tenía entre las manos. Prudentemente, aminoró la velocidad.

Sin embargo no le sirvió de nada su cautela, cuando comenzaba rebasar el cambio de rasante que había justamente antes de llegar al cruce, cuando todavía no podía ver los vehículos que regresaban en sentido opuesto, se encontró con aquella mole. ¿De dónde había salido el enorme “todoterreno”, a aquella velocidad y por su carril?.

Intentó avisar a los suyos, sólo sabe que gritó ¡¡cuidado!!, pero no pudo hacer nada más.
...

Se llevó las manos a los ojos y pensó que, por primera vez, las palabras que escribía le producían dolor. No iba a llorar. Ya no le quedaban lágrimas después de 20 años recordando y deseando no haber sido la única que había sobrevivido. Presionó el escape del teclado, llevó sus temblorosas manos a las grandes ruedas de la silla y la giró para ir hacia la cocina.

Imagen: Pintura de Alfonso Sucasas.-

2 comentarios:

Froiliuba dijo...

Impactante final, aunque algo se intuye al cambiar el párrafo, ni de lejos ese final tan bien escrito

aplausossssssssss

Caminante dijo...

No haré comentarios al respecto. El final es impactante y me resulta doloroso por motivos bastante cercanos.