viernes, 6 de junio de 2008

EL REFLEJO DE SU AMOR

Se miró en el espejo como si no lo hubiera hecho desde aquel lejano día de Abril en el que se habían casado y encontró una cara que no era la suya, unas arrugas que no tenía, un rictus en la boca que no conocía y hasta su cabello era otro. ¿De dónde demonios venía aquella imagen?
Aquel día, contra su deseo y por no contradecir a las personas que amaba, se había vestido de blanco con un sencillo vestido, nada lujoso (¡faltaría más!), pero clásico, aunque sin velo; ahí no había claudicado, ya tenían lo que deseaban: una novia al uso, pero sin velo, ¡ea!. Aunque, era cierto, estaba guapa y tan feliz como había deseado siempre; además aquel peinado extraño y el maquillaje, tan natural, la favorecían mucho.
Después, un pequeño viaje por su país; mucho románico, muchas ciudades anheladas de siempre, nuevos paisajes que se añadían a los viejos amados, mucha belleza y deseos conseguidos. Y el amor, siempre el amor. Y dormir en una cama nueva, y no dormir y tener una persona al lado.
Había comenzado su nueva vida en la que compartiría todo lo nuevo que fuera llegando y lo viejo, suyo y de él, que lentamente iría formando parte de ella, como si siempre hubiera estado allí pero en un rincón agazapado esperando que el baño de polvo que lo cubría, fuera resbalando. Llegado ese momento, comenzaba a absorber aquel nuevo ser. Ya no sería una, con él formaba algo distinto, otra persona más compleja porque nacía de dos, pero también mucho más rica, problemática y difícil. Algo así como un cuerpo con dos cabezas y todas sus complicaciones.
Y llegaron sus hijas, aquellos pequeños seres que ya se habían esfumado porque habían dado paso a personas completas, más complejas y difíciles, pero en cuya formación quizá ellos habían tenido algo que ver. Ya volaban en solitario aunque amarradas con una cómodo cabo de cariño, recuerdos, complicidades, sinsabores, sonrisas y caricias, muchas caricias.
Por el camino fueron quedando algunas personas amadas e insustituibles y nada ocupó nunca su lugar. También quedaron cosas y algunos lugares y nada los sustituyó nunca.
Y siguieron juntos con ese amor absurdo, quizá ya falto de la pasión del inicio, pero profundo, entero y sereno. Ellos se querían sin límites, sin tiempos, sin explicación, porque sí, porque ambos formaban uno, a pesar de los desencuentros y problemas que la convivencia acarrea siempre. Se querían sin reflexión.
Y, se sucedieron los años y una década dio paso a otra y a otra...
Ahora estaba frente al espejo y no se reconocía no encontraba a aquella graciosa, joven y alegre mujer de antes. ¿Era otra?.
Miró con indiferencia el rostro que ahora se reflejaba intentando descubrir a la persona que fue. Encendió todas las luces, hasta las de la atención. Y la indiferencia dio paso a la ternura.
Descubrió que ese lunar junto a su labio, se parecía al que la había acompañado toda la vida, no en vano le habían cantado tantas veces: “ese lunar que tienes cielito lindo junto a ...”. Era el mismo, allí estaba pequeño, discreto, siempre coqueto y juguetón, aunque ahora quizá se notaba menos.
Esas cejas, con alguna cana y un poco más despobladas, se parecían a las otras, sí, un poco picudas, eran como las de su madre.
La boca, distinta, menos llena y ese rictus..., claro que, si sonreía todo se iluminaba y recuperaba su esencia, hasta el escote que todavía podía lucir.
Guiñó al espejo el único ojo que le obedecía en tal gesto, el izquierdo y sí, era su pícaro ojo de avisar, comunicar, sonreír, el que había usado siempre, el que la había obligado a girarse cuando no coincidía en el lado adecuado. No conocía a nadie más con ese defecto.
Su cara no estaba tan llena, tenía en entrecejo marcado con dos rayas paralelas y profundas, las líneas de la boca también profundas. Estaba claro, las arrugas de expresión eran de tanto reír y llorar y allí estaban también sus ojeras tan queridas y vividas.
Sonrió y le vio allí a su lado, reflejado en el espejo, con ella. Con ella y todo lo demás, hasta los pueblos y lugares que juntos habían descubierto al tiempo que se descubrían. También estaba mayor, tampoco era aquel chico delgado, aquel espárrago con gafas.
Pero seguían juntos. Se querían por encima de todo y de todos y de vez en cuando, todavía se hacían una caricia, se miraban, se reían y se besaban.
Todo estaba bien. Era su vida la que ahora veía, era nada más que el reflejo de su amor .



Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas, reflejados en un espejo

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