miércoles, 21 de mayo de 2008

VIUDA EN APUROS

Desde que enviudé hace 8 años, he vivido únicamente con la exigua pensión que me ha quedado de mi marido y que, ahora mismo, después de estos años de aumentos anuales, algunos significativos según los diferentes gobiernos, asciende a la vertiginosa cantidad de 700'00 Euros. Puedo, porque este piso ya está libre de cargas desde hace 5 años, aunque para conseguirlo haya tenido que echar mano de los pequeños ahorros que teníamos y que, por lo tanto, han volado. Es obvio que con esta pensión no se puede hacer nada más que sobrevivir así que, me he acostumbrado a vivir modestamente, sin alardes, pero al ser yo sola, sin grandes problemas.
Debo aclarar para ser totalmente sincera, que durante los dos primeros años después del inesperado abandono de Roberto, casi no me moví de casa, pues me costó gran esfuerzo llegar a acostumbrarme a aceptar el vacío de su adorado espacio. Vacío también el sillón en el que permanece su huella y en el que yo todavía me enrosco ahora, para palpar y oler su ausencia. La soledad no me encontró dispuesta y tuve que trabajarla lentamente pero, como por suerte siempre he sido positiva y emprendedora, la he ido dominando. Este bloc (así me gusta llamarlo) que puebla muchos huecos de mis días, me ayuda y llena bastante y, aunque es posible que sea visto por los demás, si alguien se toma la molestia de leer, como un poco párvulo e ingenuo, la realidad es que es así porque no tiene ánimo de trascendencia; es únicamente un cómodo y entretenido paliativo.
Pero se han complicado las cosas. Hace algo más de un año recibí una llamada de mi banco, es decir, del banco donde me ingresan la vertiginosa cantidad citada (porque, claro, otras cuestiones bancarias no tengo), por la que me informaban que había sido seleccionada, entre otras pensionistas como, más o menos, sujeto ideal para beneficiarme de los préstamos y las facilidades que para hacerles frente y conseguirlos proporcionaban. Es decir, promocionaban y vendían préstamos fáciles. Mis preguntas fueron dirigidas hacia el cómo y el cuánto, pero después de felicitarme porque, según ellos era una oportunidad de oro casi equiparable a un premio de lotería y que no debía de rechazar, me invitaron a visitar el Banco. Así que yo, amante de la decoración y con mis apetencias frenadas, todos sabemos por qué, pensé que era una buena oportunidad para cambiar las cortinas de la sala y las de mi dormitorio y comprar un buen edredón para los fríos inviernos, que ahora eran más crudos y fríos para mí. Quede claro, que nada de despilfarro, la ropa de la que hablo bien valía una sencilla sustitución. Nada de lujos.
Pedí pues un préstamo que me concedieron en una semana con cómodos plazos a pagar en tres años y yo feliz de poder dedicarme a buscar de nuevo en tiendas, mirar edredones con bonitas y adecuadas fundas, comparar precios y elegir telas aparentes pero no caras, discurrir e imaginar modelos... Disfruté durante el mes largo que me ocupó encontrar lo mejor y más adecuado para mis pequeñas posibilidades y gusto, todo hay que decirlo. Me quedó todo renovado un poco más como soy yo, que siempre presumí de buen gusto.
Pero ¡ay!, las cosas nunca salen como se piensan y parece mentira en mí, que siempre fui Socorro la pragmática.
Como iba a tener cortinas nuevas, había que dar una limpieza a las lámparas. Es algo que siempre hice sin ayuda así que, con alacridad me dispuse a ello. Ya sé que debí haber pensado que los años se suceden inexorablemente, pero un cerebro como el mío, nunca refleja ni hace caso a los que realmente tienes, así que, me subí a una escalera con tal mala fortuna que terminé en el hospital con una pierna rota y un esguince en la muñeca derecha.
Total, iba a pasar mucho tiempo hasta poder volver a valerme y necesitaba ayuda externa.
No terminaron ahí los contratiempos. Un puente de mi boca se rompió y sí, ya sé que podía haberme quedado sin dientes, pero mi eterna coquetería, impulsada por un amor casi enfermizo por la belleza (¿qué belleza?, pienso ahora), hicieron que buscara un buen odontólogo que repusiera mis dientes totalmente dañados e inservibles y, todos sabemos lo caros que resultan los dentistas.
Ahora, echaré mano de una frase hecha: “el que no quiere caldo, siete tazas” pues, un día me senté en la butaca de Roberto, sin fijarme que para limpiar la mesa, había apoyado allí los dos pares de gafas. Bueno ¡menos mal que no me hice daño con las lentes rotas!. Tuve, por tanto que sustituir mis gafas, unas para cerca y otras para lejos.
Otra frase hecha: "las desgracias nunca vienen solas! pues también se me estropeó el frigorífico y más tarde una cañería de uno de los baños.
Todo minucias para una pensión vertiginosa como la mía.
No quiero extenderme demasiado, no me queda mucho tiempo. La pierna rota significó que, aunque solicité y me concedieron ayuda económica, no me alcanzaba pues necesitaba una persona bastantes horas, incluidas las noches y durante casi 4 meses.
Así que, dejé de pagar al banco. Bueno, como todo comenzó a suceder casi al concederme el crédito, la realidad es que solamente hice efectivos los dos primeros pagos.
Después de todos los requerimientos telefónicos y vía correo ordinario para que me pusiera al día con las cantidades atrasadas, todavía un poco coja, me acerqué Banco para buscar una solución. ¿Solución?, lo que me ofrecieron he tenido que aceptar.
Se han quedado con el piso. Me buscaron una plaza en un Residencia pública para la tercera edad, que la corrección política impide llamar lo que fue toda la vida, o sea asilo; eso sí, ahora muy moderno, con un agradable jardín y un par de ordenadores a disposición de los residentes. El estado se queda con mi pensión, para eso me da cobijo y manutención y el Banco, en un gran alarde de generosidad, me facilita 100´00 al mes para mis gastos, hasta tanto no se venda el contenido de mi casa (excepto el sillón de Roberto que se va conmigo), que no es importante pero sí bastante decente, incluidas cortinas y edredón nuevos, y del que esperan sacar un dinero que me permita, financiado por ellos desde luego, procurarme algún caprichillo o alguna compra o, dicen, incluso un viaje, con el Inserso, claro.
Hoy es el último día en la casa que Roberto y yo montamos con tanto amor y en la que he vivido los últimos 30 años.
Mañana un taxi, con baca para el sillón, me llevará a la Residencia de la Tercera Edad “María Auxiliadora”; otro nombre no era posible.
Y..., quizá otro día siga.


Imagen extraída de Google Imágenes, sin identificar.

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