jueves, 12 de junio de 2008

EL FINAL

Sobresaltada y dolorida se despertó cuando unas enfermeras, tras encender la luz, entraron en tromba en la habitación. La alejaron suavemente de la cama y no sabe cuanto tiempo transcurrió mientras manipulaban alrededor, cuchicheaban, salían y entraban, cada vez más sofocadas.
Entretanto ella, buscando el amparo de la pared al fondo de la habitación, no quitaba sus aterrados y anegados ojos de aquella pantalla que, ya en ese momento, solamente cruzaba un molesto zumbido plano y sus manos secaban las gruesas lágrimas que, insistentes y silenciosas, se empeñaban en mojar sus mejillas.
Una de las chicas se volvió finalmente (para entonces también estaba el médico interno que ni había visto llegar) y le hizo un leve gesto que comprendió en el acto. Se acercó a la cama y tomó entre las suyas aquella queridísima mano que hasta hacía un momento había dormido entre las suyas y que todavía conservaba la tibieza de la vida; la llevó a sus labios por un largo momento y con infinito cuidado, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romperla, la volvió a dejar sobre la colcha.
Como un autómata recogió su bolso y su abrigo y, sin volver la vista, salió de aquella habitación, mientras, tras ella, comenzaban a desconectar todos aquellos aparatos, cables y sondas que durante más de quince días habían sido su permanente esperanza, su dolor y su compañía.

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