domingo, 20 de abril de 2008

JUNTO A LA VENTANA, UNA MESA

Levantó sus ojos del cuaderno y giró la cabeza para mirar por la ventana. Todavía podía disfrutar de un trocito de naturaleza: unas montañas al fondo, los árboles del no muy lejano y frondoso parque y, justo abajo, la plaza.
Estaba como siempre cómodamente sentada ante la camilla que había pegado a esa ventana. Mesa que en invierno cubría con una falda que le proporcionaba abrigo, mientas que ahora, ya con calor, se había convertido en una primaveral, ligera y alegre compañía.
Siempre había soñado con tener un rincón
confortable, elegante e íntimo para ella sola y ahora se daba cuenta de que se conformaba y no necesitaba más que esa mesa y la ventana al mundo, a la vida, a otras vidas y otros mundos distintos de los suyos.
Aunque manejaba un ordenador, siempre le gustaba hacer un primer y concienzudo boceto a mano. El contacto de su pluma, del papel y de aquel viejo y querido vade, estaba segura de que formaban parte importante en su inspiración, cualquiera que fuese el asunto que se le ocurriera tratar.
Pero aquel atardecer estaba inquieta, su concentración no llegaba, la pluma no corría sobre las cuartillas como era habitual, las ideas se le escapaban. Hacía un rato que tenía muy claro lo que quería contarle a los numerosos lectores que tenía en aquella revista local en la que escribía (por cuyas intervenciones le pagaban unos pocos euros que ella utilizaba exclusivamente para comprar aquellas cuartillas, la tinta, lápices y gomas, no daban para más), sin embargo ahora...
Aquella tarde había recibido una llamada de teléfono informándole que se le había concedido el premio local “Mujer del año”, que recibiría, como era tradicional, en el teatro del nuevo Auditorio.
Tendría que mostrarse ante los demás, su seudónimo dejaría de ser algo oculto, se conocería su nombre, se sabría su origen, su profesión... Ella que, hasta que cumplió los 40 años había ejercido la profesión más antigua del mundo y muchos, muchísimos de sus conciudadanos habían pasado por su alcoba...
En una ciudad provinciana como aquella, en la que los convencionalismos sociales marcaban la pauta de cada día, no le permitirían volver a publicar ni amparada en el seudónimo y, por lo tanto, dejaría de recibir aquellas amadas, deseadas y esperadas cartas con tantas consultas, felicitaciones, comentarios y parabienes que habían ido llenando, poco a poco, su actual vida.
En aquel momento el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, aunque unas nubes negras asomaban lentamente presagiando una tormenta de verano, pero ¿qué importaba la tormenta cuando toda ella era una olla en ebullición?
Se le escapó un melancólico suspiro y una sonrisa indiferente asomó a su boca. Se encogió de hombros y pensó ¿qué puede importarme lo que digan o me impidan hacer, si es precisamente por los ahorros que gracias a mi profesión he obtenido por lo que ahora, en este momento, hoy y mañana y todavía después, puedo dedicarme a lo que amo verdaderamente?. Que hablen, que me tachen, que me olviden, yo seguiré, sentada en este mesa, mirando por esta ventana pensando, escribiendo y descubriendo y quizá algún día, después de un tiempo, con otro seudónimo...

Fotografía de Google Imágenes, sin identificar: www.paginal2.com...

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