viernes, 25 de abril de 2008

"CONOCIMIENTO DEL MEDIO"

Obra de Dennis Oppenheim BUSS HOME 2002

Sus padres le habían dicho que no hablara con extraños. Se lo repetían cada día, a pesar de sus 11 años, sobre todo desde que ya iba solo al cole. La parada del Bus estaba justo enfrente de la casa de Luis y su padre esperaba hasta que había cruzado, vigilante dentro del coche y ya preparado para ir al Banco donde trabajaba y del que era Director.

A la salida, regresaba con su padre que lo recogía en el Colegio y, los lunes, miércoles y viernes también con su madre que, como era correctora y trabajaba en casa, aprovechaba esos días para hacer compras y todo tipo de gestiones. Gustaban de esos días porque aprovechaban para comer fuera, alternando los gustos de cada uno: Lunes elegía él, una hamburguesería; miércoles era Pilar, un coqueto restaurante; los viernes José Ramón, invariablemente optaba por un chino. Luego, un cine o daban un paseo juntos, o una exposición y regresaban a casa tranquilamente. Esta rutina solamente se veía interrumpida una vez al mes, cuando el viernes volvían a casa para una comida ligera y se iban al pueblo para pasar el fin de semana con los abuelos y, como decía Luis, a dar patadas a las piedras, de lo que disfrutaba enormemente.

Como todos los días desde que había empezado el curso, el hombre de barba, gafas y con cartera de cuero en la mano, le sonrió cuando levantó la mano para decirle adiós a su padre y, como siempre también, él le devolvió la sonrisa. Siempre estaba allí, bajo la marquesina de la parada, cuando llegaba. Aquella mañana se dispuso a repasar un tema de “Conocimiento del Medio” que apenas había preparado, a pesar de que la materia le gustaba mucho.

- ¿Sabes?, yo también voy al clase -dijo aquel hombre.
- ¿Si?
- Claro, soy profesor y por eso coincidimos todos los días.
- ¿Ah, si?...

En ese momento recordó los argumentos que sobre desconocidos le repetían sus padres, aunque ahora ya no importaba porque venía el Bus. Cerró apresuradamente la cartera y se acercó a la banda de la acera para esperar, no sin antes dirigir una sonrisa al Profesor, como mentalmente comenzó a llamarlo.

En días sucesivos y durante bastantes se repitió, si no el mismo diálogo, algo parecido, quizá con un: “ya comienza a hacer frío” o “¡qué manera de llover!”, a medida que iba avanzando el otoño. Circunstancias similares y casi idéntico número de palabras pronunciadas por ambos. Y es que tampoco había tiempo para nada más. Pero sí en cambio, para que Luis, lentamente fuera comprendiendo que el Profesor ya no era un extraño y superara cualquier tipo de prevención que todavía pudiera abrigar por las advertencias recibidas.

Así fue como, sin notarlo, las pocas y escuetas frases que cruzaban día a día, iban siendo de carácter más personal. El Profesor supo que Luis era hijo único, que iba al Colegio “Miguel de Cervantes”, que su mamá era Pilar y su papá José Ramón...

A sus padres también les hablaba del Profesor y les contaba anécdotas y experiencias vividas por él y suministradas en pequeñas dosis a lo largo de la semana. El Profesor vivía cerca, 3 o 4 bloques más allá, estaba casado, tenía una hija que se llamaba Irene e iba al “Colegio Francés”, situado en la misma calle; había estudiado en la Complutense de Madrid... Mientras, él de forma espontánea, fue facilitando informaciones de las que no era consciente sobre su casa, los trabajos de sus padres, incluso, de los abuelos que vivían en el pueblo.

Tanta simpatía estaba despertando en el niño que un día su padre cruzó con él hasta la parada, para estrechar la mano del Profesor y vencer así, las posibles reticencias que todavía tuvieran. Desde entonces, también levantaba la mano para saludar a Roberto Espinosa, el Profesor, mientras, desde el coche, continuaba observando como su hijo cruzaba el semáforo.

Aquel viernes, ya muy avanzado el trimestre, al salir del colegio Luis no dijo a sus padres que le faltaba el libro de “Conocimiento del Medio”. Creía que lo había dejado en la parada, cuando había estado comentando con el Profesor algo sobre la lección que le tocaba y el Bus llegó de improviso. Sin embargo, todo se desarrolló bien en clase. Y, ya que ese viernes tocaba ir a ver a los abuelos, se fueron directamente a casa. Como hacían habitualmene esos días, después de comer salieron para el pueblo del que no distaban sino unos 80 km.. Luis pensó que el Profesor habría guardado su libro así que, dejó de preocuparse.

Cuando el domingo por la noche, ya cansados y de regreso, abrieron la puerta de su vivienda, sobre el suelo del vestíbulo, del que faltaba la alfombra, encontraron el texto olvidado, con la contraportada abierta y la etiqueta con los datos de Luis bien visible.

Les habían desvalijado. Todo lo de valor, los bienes muebles, habían desparecido.

La policía, después de una semana de arduas investigaciones. les puso al corriente de sus frustrantes resultados: No habían localizado en la ciudad ningún profesor que se llamara Roberto Espinosa y en el “Colegio Francés”, de las 7 niñas que se llamaban Irene, ninguna ostentaba dicho apellido, ni siquiera en segundo lugar. La Complutense de Madrid, no tenía expediente a su nombre.

1 comentario:

Froiliuba dijo...

El final casi me hace suspirar de felicidad. El texto estaba tomando un cariz... que menos ese final casi feliz... Al fin y al cabo, son solo bienes materiales.

bico