lunes, 6 de abril de 2009

LOS OTROS DIAS

Hacía unos días que estaban con preparativos. La matanza estaba hecha, la carne estaba debidamente almacenada para su conservación en sal; los chorizos ya colgaban sobre la lareira para su ahumado y secado, los lomos habían estado metidos en zorza, de manera que adquirieran el tono y sabor exactos para aquellas empanadas que eran la envidia y placer de todos y ahora, gracias a algunos avances de los que se beneficiaban, estaban debidamente congelados. Las filloas y demás postres los harían un par de días antes. Tenían un Diciembre como a ella le gustaba: muy frío y seco.
Estaban un poco cansados, especialmente las mujeres sobre las que recaían los trabajos más pesados, a pesar de la ayuda que los días de matanza contrataban.
Habían trabajado febrilmente con objeto de que saliera tal como su hija deseaba para la boda de Antía, su nieta
Hacía muchos años que los dos hijos, Antón y Uxía, se habían marchado del pueblo en busca de mejores oportunidades. Después de estudiar, se habían casado y regresaban todos los años por Navidad y durante las vacaciones, además de aprovechar cualquier oportunidad que sus trabajos y obligaciones le permitieran.
Como en su casa, decían ambos, como en casa de los padres, en ningún lugar. Con los nietos, las visitas y estancias continuaron inalterables y los niños pasaban unos felices y tranquilos veranos en el pueblo.
Por eso, todos guardaban en su corazón, una gran querencia al terruño y la casa de sus mayores.
Y ahora, la primera de las nietas que se casaba, quería celebrar la boda allí, en el paisaje y la casa en el que sus hondas raíces todavía estaban prendidas. Deseaba hacerlo de una manera sencilla, sin alardes ni lujos, con los productos y comidas tradicionales. Por ello también, habían elegido el invierno para poder hacer un gran cocido con los productos de casa y de la huerta y las magníficas empanadas de raxo que eran una de las especialidades de Ampa.
Eva, que cansada se había sentado a un momento al amor de la lumbre de aquella cocina de hierro, pensaba que tenían que haber educado bien a los hijos, puesto que permanecían amarrados por lazos, invisibles pero firmes de cariño respeto y fidelidad, sin despreciar el lugar, idioma, costumbres o tradición.
Ella, su hermana Amparo, que siempre había vivido con ellos (la tia Ampa, decían sus nietos), su marido Antonio y Casilda, la criada de toda la vida que ya era de la familia, tenían suerte, los querían y además, decían que los necesitaban que sus cuidados sabían mejor que ninguno.
Había visto demasiadas cosas en el pueblo. Había llorado y dado consuelo a alguna amiga o conocida y a más de un hombre abandonados por sus hijos; a alguno de ellos, al quedarse viudo, los hijos les habían desposeído de la parte correspondiente al cónyuge, dejándolos prácticamente en la calle; a otros, sin una necesidad explícita, los habían recluido en un asilo.
Era muy triste, después de lo que habían luchado todos y las penalidades que tuvieron que pasar en todos aquellos lejanos años de su juventud, marcados por el hambre y una cruel posguerra.
Ellos sin embargo, se habían librado de esas tristezas, gracias al buen hacer y al amor derramado y repartido, sin exigencias ni dobleces y, podría decirse que eran felices, sin olvidar nunca a todos los que, a lo largo de los años, habían ido dejando sus huecos.
Suspiró y se fue a hacer compañía a los otros que la esperaban para jugar una brisca. Siempre lo hacían por parejas e, invariablemente, Antonio y Ampa contra Casilda y ella.
Aquel cuartito pequeño, cómodo, sencillo y coqueto, que abría sus dos ventanas al hermoso patio, cubierto por una parra, que daba sombra a las comidas de los veranos, había sido uno de los pocos caprichos que se habían permitido. Tenían una vieja mesa camilla, un sofá muy cómodo, un par de sencillas butacas y una televisión. Allí tenían también el teléfono.
El otro capricho o necesidad satisfecha, había sido dividir el enorme cuarto de baño en dos aseos con simples duchas, imprescindibles cuando estaban todos. Al retrete de abajo, le habían añadido un lavabo.
No necesitaban ni querían más lujos. El resto de la casa, seguía con los sencillos muebles y enseres de siempre: aquellos roperos enormes en los que cabía todo, las camas altas y con estupendos cabeceros de madera, las alfombras raídas que resistían no se sabe cómo, los lavabos y aguamaniles (que a veces todavía usaban), todo lo que se había ido atesorando a lo largo de tres generaciones.
La casa era grande para acoger, aunque ahora les pesara un poco su tamaño y se limitaran a limpiar y tener al día lo imprescindible para los cuatro. Los que llegaban, ya sabían que tenían que prepararse su habitación y echar una mano con la limpieza.
Mientras jugaban la partida, discutían, se enfadaban, y se acusaban de hacer trampas. Y, de hecho, Antonio y Casilda eran maestros en ello. Los dos cuñados tenían una relación muy cómplice para todo, pero especialmente para las partidas. Todo ello, en medio de risas y charlas, y algún que otro cotilleo pueblerino acerca del alcalde, el cura o la mujer del médico. Mientras, interiormente, cada uno de ellos pensaba en lo afortunados que eran.
Los padres de Antía sería los primeros en llegar. Los esperaban a comer al día siguiente, habían pedido parte de sus vacaciones, para ayudar en los preparativos. Serían unas Navidades especiales y distintas; todos creían que más divertidas, felices y seguramente también más cansadas, pero no importaba. El día 29, se celebraría la boda, faltaban 10 días. Ya habían decidido que durante la Navidad, las comidas serían sencillas con objeto de no pasar demasiado trabajo porque, a partir del 26, estarían volcados en la boda.
Antía iba a ir guapísima, hacía dos días que se habían acercado a llevar el traje que se encontraba, bien preservado, colgado de una de las lámparas de arriba.
Después de la partida que habían ganado en buena lid Eva y Casilda, les tocó a los otros dos preparar el café para la ligera merienda que hacían.
Mientras, muertos de risa y despotricando pasaban a la cocina, sonó el teléfono.
Las ganadoras se miraron como si nunca antes hubieran oído aquel sonido ¿pasaría algo?. Siempre los temores, siempre los miedos.
Finalmente fue Casilda quien se levantó, descolgó el teléfono diciendo con aquella voz enérgica e imperativa: “diga”.
Diez días después, justamente el 29, a esa misma hora, se encontraban los cuatro, sentados en esa misma camilla, sin decir nada y con los rostros demudados por el dolor.
Tardarían en superarlo. Todos.

Todos los primos habían ido de comilona con los amigos para celebrar la despedida de solteros en la ciudad. Ninguno de ellos había regresado a casa.

El titular de la noticia en el “Faro de Vigo” decía en una pequeña reseña en primera página:
TRÁGICO ACCIDENTE
Esta tarde, cinco jóvenes pertenecientes a una misma familia, han fallecido en un accidente automovilístico, al chocar frontalmente, el Ford Focus en el que viajaban, con un gran trailer que invadió su carril. Las investigaciones apuntan a que el camión sufrió una fortuita rotura de dirección cuando circulaba a gran velocidad.
Se ampliará noticia.
Imágenes:
l.- Etnografía: matanza.- Antonio Rodríguez Díaz. http://torbeo.blogspot.com
2.- Casa turismo rural.- Autor: Litio1 - Calle Muros.

6 comentarios:

Internautilus dijo...

!Vaya¡ Bienvenida al mundo de los finales fuertes! Sinceramente espero que sea todo pura imaginación, que, por cierto, ejercitas cada vez mejor. Siempre un placer leerte, ya lo sabes; los ojos discurren suave entre tus líneas.
Besos,
V.

Caminante dijo...

Desde luego te has propuesto que se me remueva todo eh????

mamiago dijo...

Precioso gesto, estoy admirada!!!! Graciñas!!!

Unknown dijo...

Dramático texto. Como siempre vas poquito a poco mostrándonos la fotografía de la familia, de la casa hasta hacernos estar ahí mismo con ellos y sentir hasta sus sentimientos , ver los aseos , el patio, hasta su propia vida..lo desgranas y lo muestras. Tu capacidad de descripción me asombra en cada detalle, en cada parrafo , hasta el final. Cada vez mejor nena...impresionante

bicos

Inés dijo...

Lo relatas tan bien, al leer uno se encuentra en el lugar, es como estar viéndolo casi, el final sorprendente y te deja mudo como les pasó a ellos.
Un bico

Antonio Rodríguez Díaz dijo...

Precioso relato....y gracias por poner el origen y autor de la fotografia de la lareira...