viernes, 2 de enero de 2009

ENTRE CAPILLA Y TAHONA

Fotografía: Jorge Tutor. - Ruas de Allariz.



En una gélida mañana de enero de 1955, el joven sacerdote iba, como alma que lleva el diablo, por las frías y mal empedradas rúas del pueblo, trastabillando atolondrado cada pocos pasos, en dirección a la capilla que tenía la obligación de atender desde hacía tan solo dos meses. Era además, el ayudante del viejo párroco, con el que compartía casa parroquial, en la única feligresía del municipio.
Vestía la sotana de innumerables botoncitos, bajo cuyas mangas asomaban las de un grueso jersey de punto negro, boina calada hasta los ojos y también una larga bufanda de punto negra enroscada al cuello. Este atuendo hacía que, en su imberbe faz, destacaran la juventud y una palidez que todavía no había desaparecido tras los largos años de encierro en el seminario. Completaban su semblante, unos gruesos anteojos de gran miope, que aportaban comicidad a su fisonomía.
Eran las 7 de la mañana y llegaba tarde, pues ésa era la hora en la que debía dar comienzo la primera y única Misa de la capilla. Seguramente doña Rosalía estaría ya delante del pórtico esperando, acompañada de los dos criados que tenía a su servicio en la casa y a los que obligaba a cumplir con tan piadosa costumbre. Ellos tres eran los únicos que, durante los largos inviernos, frecuentaban tan temprana y fría Eucaristía. Bueno y durante el resto del año, la verdad.
El cura estaba convencido de que la buena mujer, exigía esa hora para obligarlo a madrugar; es decir, para fastidiarlo como, ciertamente, tenía más o menos por costumbre, con todas las personas que, por una u otra razón, debían tratarla. Y, más tarde o más temprano, siempre le surgía la ocasión.
Era la señora, abusaba de sus orígenes, de su dinero, de su patrimonio, de su vieja amistad con el obispo, con algún que otro mandatario político, estatal y local, y de unos privilegios que nadie sabía porqué detentaba. De esta forma, todos en el pueblo la temían, muchos directamente la aborrecían y todos intentaban esquivarla lo más posible, para no verse forzados a obedecer, a someterse a sus caprichos o ganarse su enemistad, que siempre traía aparejada alguna molestia.
Ella consideraba que todos los vecinos eran sus deudores, porque rara era la persona en el pueblo que, o bien trabajaba para ella o le tenía un local o finca en arriendo. Bien es cierto que doña Rosalía, a pesar de su terrible mal carácter y de la opresión y constante atropello a los que solía someter a todos los habitantes de la villa, en el fondo de su corazón, también pensaba que eran de su completa responsabilidad. Tan es así que, aunque abusaba siempre, si veía necesidad o alguien le contaba algún apuro o calamidad, enviaba unas pesetillas, o un saco de maiz, o un cochino recién nacido, eso sí, siempre cacareando y llamando inútil y otras lindezas al receptor .

Al pasar por la tahona, el panadero estaba cargando, en el carromato tirado por el viejo caballo, aquellos enormes cestos con pan humeante, para comenzar su reparto.
- Buenos y fríos días Matías.
- Buenos tenga usted, don Cosme, parece que llega tarde, dese prisa si no quiere aguantar a la señora.
Y el cura, haciendo gala de una agilidad que estaba lejos de poseer, cuando intentó saltar aquel gran y profundo charco, que estaría allí únicamente para su desgracia y que era producto de la desidia de una alcaldía incompetente, inepta y corrupta (que manipulaba a placer nuestra querida señora y que vigilaba especialmente los intereses de la misma), pisó el extremo de la bufanda y fue a caer cuan largo era, justo encima, mientras sus lentes salían volando, Dios sabe hacia dónde.
- ¡Lo que me faltaba! -dijo en voz alta, mientras Matías corría preocupado hacia él-. Mis antiparras, ¿dónde están mis antiparras? -gritaba angustiado, mientras daba manotazos al aire y a las sucias aguas del charco, enfangándose todavía más.
- ¿Se ha hecho daño?, ¡Dios mío, cómo se ha puesto!, ¡si está sangrando!, entre, entre Vd. en la tahona y séquese un poco si no quiere coger una pulmonía, tome aquí están los lentes, mi mujer le ayudará -dijo Matías ayudando a levantarse al sacerdote y alargando una retorcida montura metálica en la que solamente quedaba un cristal-, No se preocupe, yo me acercaré a la capilla para avisar.
Mucha, la mujer del panadero estaba dentro terminando de recoger y limpiar la pequeña tahona que olía deliciosamente a pan recién horneado y que todavía conservaba una cálida temperatura. Ella, untada de harina hasta las cejas, corrió hacia el sacerdote para ayudarle a bajar los tres escalones que había a la entrada, al darse cuenta del estado de sus famosos anteojos, amén de la sangre que bajaba de su nariz. Servicial, tendió las manos hacia brazos y sotana, dejándolas marcadas como si de un estampado se tratara.
- Venga, venga don Cosme, ¿qué ha sucedido?, quítese la sotana y todo lo que pueda, para ponerlo todo a secar. Mientras, procuro ropa seca del Matías y más lienzos, pero tome estos entretanto.

Cuando el servicial panadero llegó corriendo al pequeño oratorio, Doña Rosalía, enfundada en aquel grueso echarpe negro, sobre un abrigo de garras también negro que, junto a su nariz aguileña, le conferían una apariencia de cuervo, resoplando y dando voces cruzaba hacia su casa.
Matías se santiguó supersticioso antes de llamar:
- Doña Rosalía..., señora, por favor, espere, espere usted.
- ¿Quien grita a estas horas?, va a despertar a todo el pueblo, Amancia ¿es el bobo del panadero quien llega?
- Si, señora, él es.
- Señora, señora -repetía Matías resollando- es que..., don Cosme...
- ¿Qué le pasa al condenado curita?, espero que sea importante, porque esta mañana me tiene hasta la mismísima..., habla, ¡habla ya!.
- Verá usted, doña Rosalía, es que el bueno del hombre traía tanta prisa, cuando se dirigía a su capilla de usted, que cayó en un gran charco y allí lo he dejado, todo mojado y “crismado”, en la tahona, con mi Mucha...
- Eso, con tu Mucha, en lugar de dar Misa, calentito en la tahona y con tu Mucha, ¡pánfilo!.
- Que no doña Rosalía, que el pobre estaba chorreando, todo sucio, sangrando por las narices y la frente, y no era tal de acercarse hasta aquí para decir la misma y manchar todas las liturgias.
- Quita, quita, todas las liturgias..., a ver Pedro, trae el coche para llegarnos a la panadería y ver qué hacen el cura y la Mucha.
- ¿Qué quiere que hagan señora?, secarse y ayudar..., sólo.
- ¿Yo también voy doña Rosalía?- dijo Amancia-
- Eso, ahora todos en procesión a por el pan. No mujer, acércate a la casa y prepara un buen desayuno que, creo que más de uno lo va a precisar. El pan ya lo subirá Matías.
Tres minutos tardó Pedro en llegar con el viejo Peugeot, que doña Rosalía recordaba en su casa de toda la vida, se bajó para abrir la puerta a su señora, quien subíó muy ufana y mientras se arrebujaba bajo el mantón y ponía la manta de viaje sobre las piernas, levantando el mentón, decía con altivez:
- Matías, procura sacudirte la harina antes de subir al coche, no me lo vayas a poner todo perdido.

Entretanto, la panadería bullía de actividad: Mucha y el curita, seguían afanados en desfacer entuertos, esto es: restañar heridas que, aunque leves, había; desnudar con el único límite de la decencia establecida, secar; proporcionar abrigo al accidentado, no dejar enfriar el enharinado recinto manteniendo el calor, conservar la compostura y recato...
Así que, cuando el coche frenó ante la puerta, don Cosme estaba trajinando con uno de los lienzos, frotando con energía sus magras carnes, en la cabeza, la boina ahora casi blanca, tapaba una tosca venda que cubría su frente, un trapo enroscado asomaba por su nariz y sus vergüenzas estaban únicamente cubiertas por un calzón largo. Mucha, con los ojos cerrados, vuelta de espaldas y con un tronco de roble para añadir al horno que trabajosamente mantenía la temperatura. Las ropas del sacerdote, extendidas cual tendal, por toda la panadería para que se secaran, aunque quedaran rebozadas..
Matías entró en tromba asustando al cura que, automáticamente soltó el paño quedándosé, tal cual, justo en el momento en el que asomaba doña Rosalía, quién dio un grito y luego otros, al tiempo que se tapaba, con suma pudicia, los ojos, mientras Mucha se volvía y abría los suyos espantada.
En el momento en que Pedro, asustado por los gritos entró, el panorama era desolador: Mucha, muy ruborizada, tendía el otro paño al cura que, sonrojado hasta la boina y temblando como un junco, se había agachado intentando cubrir sus vergüenzas, mientras el servicial Matías acudía a la señora que, en trance de desmayo y caída por las escaleras (tales eran sus fingidos o espontáneos turbación y espanto), gritaba totalmente histérica.

Una hora más tarde, después de que Pedro se acercara a la botica a buscar unas sales, que aplicaron a la señora con infinita paciencia, llegaban a la casona, en el magnífico y anticuado coche, Doña Rosalía y don Cosme, luego de haber dejado, sin compasión ni ayuda y completamente agotados, a los bondadosos y serviciales panaderos que, lógicamente se tuvieron que poner a trabajar: Mucha en la tahona, Matías a toda velocidad repartiendo pan y comenzando, como no podía ser de otra manera, por el de la señora.
Y en la camilla del acogedor y caldeado cuarto de estar, en el que ardía una gran chimenea junto a la que dormitaban dos grandes perros, estaba puesto con mimo el servicio para el desayuno de doña Rosalía, quién dio instrucciones a Amancia para poner un cubierto más y servir el chocolate. Se sentó ella, haciendo un ademán, al magullado cura para que la imitara; éste, todavía ruborizado, llevaba puesta la sotana, sucia y blanqueada por las circunstancias, bajo la que asomaban unos pantalones de mahón azules y una camisa de cuadros del panadero, como no podía ser de otra manera.
Cuando la criada se acercaba a la mesa con una humeante y olorosa chocolatera en una mano y en la otra una cestilla con bizcochos y panes, sonó el llamador de la puerta (sería ya el Matías con el pan fresco), lo que impulsó a los perros a levantarse y salir ladrando a la carrera, cruzándose en el camino de la chica y haciéndola perder el equilibrio con gran alboroto. Chocolatera y panes, salieron por el aire camino de la mesa, para ir a dar justo en el lugar que ocupaba el curilla que, con su visión mermada, por mor de unas gafas que no eran tales y que, posiblemente, impedían más que facilitaban la visión, tan sólo atinó a levantar un brazo, el que menos le dolía y a recibir por encima el dulce contenido del recipiente que, por suerte, cayó sobre la parte más protegida de su anatomía.
Estaba visto, no era su día.




10 comentarios:

MNB dijo...

¡Excelente!

Pobre curita.

Gracias. Pasaré a leer otros cuentos.

Que tengas un feliz y completo año 2009

Abrazos.

Froiliuba dijo...

Si es que hay días que...
me ha gustado , es muy entretenido, me recuerda a las comedias de enredo, el final fabuloso.

me he reido un montón con el pobre cura

bss

Unknown dijo...

Es un relato muy simpático. Luego de ver como empieza y pensándolo bien, tenía que ser un mal día para el cura, porque un cura que corre como alma que lleva el diablo, no puede tenerlo bueno y puede darse por satisfecho si ahí se acaban las diabluras.
Me gustó mucho y me lo pasé bien leyéndolo.

Un bico.

Unknown dijo...

Preciosooo¡¡¡ me has hecho reir y me lo he pasado genial leyéndote, ese cura y yo no seremos familia???... no hay dos si tres, menos mal que en él solo fueron dos. Al chocolate hoy me apuntaría , claro está que no como el del curita...
Te salió y pudiste..me alegro¡¡¡¡

Felicidades...

Gudea dijo...

Me ha encantado tu relato, es divertido y como siempre excelentemente escrito. Me he reído con el pobre cura y sus desgracias, desde luego que hay días que mas le valdría a uno no levantarse de la cama, ni para decir misa.
Un beso.

John Sereira elturiferario dijo...

Jajaja,... pululan simpáticos gozos y sombras por estas letras y estas ruas ...

Un "paisaje" que sabes que me fascina...

Saludos, feliz año. Gracias por tus visitas, Juan II.

Dharma dijo...

wow!!! Que texto tan extraordinario. Muy ameno jajaja. Me he divertido como no tienes idea.
Genial.
Besos.

Carlos Bentabol dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carlos Bentabol dijo...

A VECES EL DÍA EMPIEZA MAL Y NO PARA, POBRE CURITA DON COSME.

YO LE RECOMENDARÍA QUE LEA "THE SECRET" DE RHONDA BYRNE, TAL VEZ ASÍ CAMBIARIA SU SUERTE ,
.. PERO PROBABLEMENTE TE FASTIDIARIA EL RELATO...

Unknown dijo...

La sencillez, la sobriedad y algo en lo que escribes además de tu nuevo decorado...es lo que me acerca a tí... a alegría de encontraros...
bicos y más bicos