jueves, 6 de noviembre de 2008

TIEMPO SUSPENDIDO



He tardado unos cuantos días en decidir dónde debía colocar la historia que sigue porque, al afectarme profundamente, al ser parte de mi historia, creía que tenía que ser en mi otra casa. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que, al ser algo ya superado, éste es su lugar.






Termino de cortar unas cuantas rosas del pequeño jardín. Últimamente le dedico muchos ratos de ocio, pues poner mi atención y cuidado en las plantas, tocar la tierra, percibir sus olores, su tacto y cromatismo, plantar una semilla y espiar su desarrollo, me serenan.
El aroma y color de las flores me invaden, lo que debería bastar para recuperar el buen humor. Sin embargo no es así; continúo desazonada y nerviosa desde la llamada telefónica que recibí por la mañana. El sincero interés de Victoria por mi salud, me ha dejado en este estado de ánimo.
No quiero pensar, no deseo volver a lo mismo No quiero regresar al pozo en el que casi me ahogo.
Ahora tampoco debo darle más vueltas. Lo que tengo que hacer, pienso creo que atinadamente, es ir a buscar un búcaro para colocar las flores. Eso es.
Mientras voy hacia la casa el teléfono vuelve a sonar y el corazón me da un vuelco. Sin saber quién llama me digo: otra vez no. No necesito recordar determinadas cosas. A pesar del tiempo transcurrido y del tratamiento al que sigo sometida, todavía no estoy preparada y lo que es más importante, no me siento capaz.
¿Por qué no contesta alguien ese teléfono?, Recuerdo entonces que en ese momento no hay nadie más en la casa. Estoy sola y el timbre, ese horrible timbre, me paraliza, esperando no sé qué. Tapo mis oídos con las manos, en una de las cuales sujeto con mimo las rosas, hasta que noto que deja de sonar. ¡Por fin llega el silencio y la paz de nuevo!.
Entro y para sosegarme, me siento en aquella butaca que siempre me proporciona una cómoda calma. Pero la fotografía que tengo sobre la mesita auxiliar, aquella en la que estamos todas las viejas y queridas compañeras me abofetea y me estremezco. Es entonces cuando las imágenes comienzan a martillear mi cabeza.
Regresan todas aquellas vivencias, acompañadas de destellos de nostalgia. Pasan como un relámpago por mi mente aquellos años jóvenes, plenos, prósperos, entregados, de gran esfuerzo y agotamiento físico e intelectual por exceso de trabajo, pero también de muchas satisfacciones. El trabajo bien realizado me había llenado de orgullo y no importaban las horas, el dinero o el esfuerzo. Todos esos largos años, esas láminas de tiempo, en realidad se me hacen breves e intensos. Mientras se sucedían me he realizado como persona, hija, esposa y madre. He ido creciendo, definiendo y afianzado mis gustos, mi personalidad, educación, preferencias, amores, prioridades, todo lo que ahora soy. Despacio, eligiendo y casi sin enterarme.
Todo fue bien, con las alegrías y también los sinsabores que caben en una vida, hasta que, hace unos meses, después de una prueba rutinaria, aquella doctora me instara para operar cuanto antes. No lo pensé, no podía detenerme a considerarlo, había que actuar, quizá acelerando todo.
Cometí, con mi patológica buena voluntad, la torpeza de explicar en la Empresa hasta donde alcanzaba la gravedad de la intervención con el fin de que estuvieran preparados para cualquier contingencia; aquella era mi otra casa, una parte importante de mi vida y de mi otra gente y no quería fallar. ¡Qué tonta!, ¡qué boba!. Ahora sé que sólo era un número más. ¿Qué creía?.
Afortunadamente todo salió bien, así que, después de una larga convalecencia me reincorporé. ¿Reincorporar?. ¿Mi puesto?. ¿Había tenido algún día un cometido?. Pienso ahora que no contaban con mi regreso, aunque suene duro.
Algunos sutiles cambios ya se habían venido sucediendo a medida que te hacías mayor. Mujer y mayor.
Comenzó entonces mi derrumbamiento personal. Todavía hoy me cuesta trabajo admitir que en ese periodo hubiera un plan para que... Todo estaba estudiado.
Abusando de frases hechas: No se me “caían los anillos” y “lo mismo servía para un roto que para un descosido”. Pero mis anillos comenzaron a desaparecer y todos los descosidos, con total impunidad me caían a mí. Y también llegaron las broncas sin sentido ni justificación. Me cambiaron de puesto rebajando categoría y capacidades y lo asumí. El sueldo no podían tocarlo, claro. Pero me aburría. Me sobraba tiempo. El aburrimiento es muy mala compañía cuando eres activa y más si todos te dicen que así funcionan las cosas ahora, que están estudiados esos procedimientos y que, en realidad, lo que buscan es, literalmente, cansarte.
Todo comenzó a empeorar; muchos días no podía levantarme y las tristezas empezaron a acompañar mi vida. Estaba obsesionada, agotada, con las lágrimas siempre dispuestas. Y, lentamente, en un proceso que quizá había comenzado años atrás cuando, al dejar atrás la juventud, comienzas a notar que sólo interesas como “caballo de fuerza”.
En casa me instaban con su amor y compañía a no dejarme arrastrar, a aguantar, a que me apoyara en ellos. Pero no pude, no fui capaz y la depresión llegó como una tormenta en esas noches bochornosas de verano. Repentina y arrasando, anegando, inundando todo.
Y llegó también el desinterés, la desgana, incluso la envida y, sobre todo, el resentimiento. Creía además que nadie entendía, que todos pensaban que lo estaba exagerando, que tenía que poder con aquello porque yo siempre había sido fuerte y las vicisitudes de mi camino, las había arrostrado con agallas y dignidad.
Pero ahora no puedo ni atravesar la preciosa plaza en la que aprendí a mirar mis otoños, a identificar esa luz, a dejarme bañar por ella, a hacerla mía, a entusiasmarme con los árboles, sus distintos colores, aromas, estaciones, su tamaño y fuerza. No puedo posar mi mirada en el lugar en el que aprendí a amar la vida y los seres que pueblan la mía.
Y temo no poder volver a mirar los inmensos castaños de indias, los tejos, los macizos de hortensias, mis añosos y variados camelios que nos dan color y flores durante el invierno, los magníficos magnolios cuyas enormes flores casi tienes que imaginar porque son inalcanzables y esas fuentes de piedra, envejecidas y coloreadas por los años (parte de los cuales también son míos) y por el musgo.
Esa eternidad de tiempo que se fue en una ráfaga, tengo miedo de no recuperarla ya. Se ha quedado suspendido mi tiempo.
Imágenes:
1ª - Carolyn Shiffouer: "Liveline".
2ª - Julio Vaquero: "Cajas metálicas".

8 comentarios:

Froiliuba dijo...

Creo que la primera parte del texto, la que explica dónde va y po´rqué, es la que más me gusta. Bienvenido sea al cajón, por ser ya un relato, aunque sea parte de tu vida.

Y ya sabes, cuando vaya a tu casa... ssssssssssssssssss, haciendo circulitos jajajja

La signora dijo...

Regresando a leerte después de muchos días.

Como siempre es un placer y logras transmitir tus sentimientos.

Recibe saludos afectuosos.

Anónimo dijo...

Este relato posee como ya lo dije antes una calidad literaria tremenda... qué limpieza de lenguaje, señorita.

felicidades!

Unknown dijo...

Desgraciadamente, querida compañera, la vida de un trabajador de las empresas de este país es así, lo sé por vivirlo en propia carne, es duro y triste que después de muchos años dedicados a tú trabajo, te paguen con esas monedas, pero así está montado esto.
Tú relato es estremecedor y me ha dejado mal cuerpo, ahora entiendo algunas frases tuyas, en momentos puntuales y siento que este suceso empañe tu natural jovialidad.

Moitos biquiños paisana.

Melba Reyes A. dijo...

Hola, leo tu relato y veo reflejada la historia de mis amigas Indiana y Norma.

Peor historia es la de mi amiga Vilma-muy vital y dinámica-, el sábado 10 de octubre fue a dejar a su hija a su centro de estudios y al regresar a casa en cuestión de segundos perdió la vida en un accidente automovilístico.

Te insto a luchar mientras tengas vida. Busca ayuda, la terapia floral con flores de Bach es muy buena...

Un abraz♥
.

trainofdreams dijo...

Me impresionó y te entiendo muy bien. Perdona que tardará en darte las gracias por tu comentario en mi blog me invadió un sentimiento conocido durante mucho tiempo aunqe por otros motivos de mi tiempo también suspendido.
Volveré a pasar para poder contemplar y mirar mejor tus blogs.No dudes que lo haré.

P.S: Me alegra que se estén recuperando antiguas tradiciones en tu preciosa Tierra

Lasinverso dijo...

Me ha encantado el relato. Hondo, sincero, arrollador, humanamente humano. Un abrazo.

RosaMaría dijo...

Relato de un retazo de vida que no es nuevo. Estos casos se repiten más de lo que uno piensa. Un abrazo